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- Escrito por Luis Roncero Mayor Luis Roncero Mayor
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Los blancos y los tintos suelen estar peleados. Para algunos, los blancos no son vinos, y sólo aceptan los tintos como tales. Pero, últimamente, impulsado por un carácter rebelde y en contra de algunos de los ideales de este club del vino tan peculiar, algunos, entre los que me incluyo, hemos decidido probar suerte con las uvas claras. Si bien estoy de acuerdo con que muchos de los vinos blancos que he probado pecan de exceso de fruta, y parecen más zumos con alcohol que uva fermentada, en mi afán por descubrir un vino blanco con madera lo logré y, precisamente, fue en la tierra de mi progenitor, en Valdepeñas. No obstante, este líquido dorado no es de esta región, sino que pertenece a la D.O. Montes de Toledo. Así que, el blanco que llevé a esta décima cata es de la bodega Villagarcía, una empresa familiar que experimenta en sus caldos únicamente con variedades francesas. De hecho, la uva Viognier, con la que se hizo el blanco que catamos ese día, sólo la trabaja dicha bodega en todo el territorio español. Gustó, y mucho. Al menos, eso es lo que dijimos todos al principio. Y, debe ser verdad, ya que aunque según el dicho los niños y los borrachos dicen siempre la verdad, cuando probamos el blanco todos estábamos sobrios, y no quisiera dudar de la veracidad de las palabras de ningún miembro de este preciado club. Sí, gustó.
Tras dar una primera mano de blanco, como mandan los cánones de pintura y del vino, hay que empezar a aplicar color a la pared. En este caso, el tinto que roció las paredes de nuestro paladar fue Grillo 2009. Se trata de un vino del Somontano de Barbastro, de una bodega de nombre peculiar y poético: Bodega el Grillo y la Luna. Fácil será recordar que únicamente hacen dos vinos, uno llamado «Grillo» y otro llamado «12 lunas». Sus catorce meses en barrica de roble francés se dejaron notar, sobre todo por el contraste entre este caldo y el elixir dorado que probamos antes. Syrah, Cabernet Sauvignon, Garnacha y Merlot. ¡Menuda combinación! Pero, ¿cuál es exactamente? Esa es la cuestión, y tiene una fácil respuesta: secretum secretorum. De ahí la denominación de «vino de autor». Nos quedamos sin saber el secreto mejor guardado de esta secretísima bodega, valgan las redundancias latinas y castellanas, respectivamente. Encantó, seguro, pero había que esperar el plato fuerte. ¿O deberíamos decir el vino fuerte?
Se hizo esperar pero, tras la presentación de Grillo a cargo de José Miguel Blanco, quien, con orgullo y experiencia in situ nos deleitó con la historia de otro vino más del Somontano, empezó a animarse el ambiente y comenzó también la preparación para el tercero y último de los caldos de esa décima e histórica cata: el Blecua (otro Somontano). Efectivamente, probamos en Taiwán, en nuestra décima cata desde la fundación del club del vino, un Blecua del año 2007. Al ser el primer elixir que pruebo de estas características, sólo puedo decir una palabra para definir las sensaciones de tener un caldo de este nivel en el paladar: nada. Y, como la «nada» para algunos es «todo», dejémoslo ahí. Se podría decir mucho sobre este manjar, pero sería como el famoso dao (Tao), perdería su esencia y lo adulteraríamos. Mejor dejarlo a la imaginación de los que quieran probarlo. Y también de los que lo hayan probado, porque seguro que nadie podrá jamás sentir en sus propias carnes lo que sentimos los allí presentes tras irrigar nuestros organismos con tal elixir: las mejores cepas de Viñas del Vero, tras haber pasado 20 meses en toneles y otros 12 en botella. El nuestro estaba en su punto, en mi humilde opinión, aunque muchos apostaban por haber esperado unos meses más. Sin palabras se expresa todo. Entusiasmó, sin duda alguna. (Discurso de apertura, por Santiago Rupérez).