Hoy es el primer domingo de marzo. Ha amanecido un día perfecto para ir de excursión: ni frío ni calor. Crucemos los dedos, que aquí en Taipéi nunca se sabe; tan pronto escampa como se cierran las nubes y empieza a llover a mares. Por si las moscas, hemos metido en la mochila unos paraguas y algo de ropa de abrigo. Ayer nos avisaron desde la Casa de España que el día podría ser frío y lluvioso.

A las nueve y cuarto ya estamos en la Puerta Este de la estación de tren, listos para partir. Allí nos encontramos con todos los amigos de la Casa. Algunos no nos veíamos desde la comida de Navidad. Esta vez, a la convocatoria de José Miguel Blanco, Santiago Rupérez y José Eugenio Borao, nos hemos apuntado un grupo de unas treinta personas. Vamos acompañados de una buena chiquillada, que siempre da color a las excursiones. ¿Qué sería de una salida dominical sin esa cuadrilla alborotadora y llena de energía?

El minibús arranca a las nueve y media y nos lleva por una carretera encajada entre montañas inexpugnables –algo propio en Taiwán–  hasta el Salón de Aborígenes de la ciudad de Keelung. Nos espera nuestro amigo José Eugenio Borao, que hará de cicerone durante la visita a la exposición “Kelang: 3000 años de historia”. José Eugenio ha coordinado este proyecto como Primer Investigador del National Science Council taiwanés, que trabaja en colaboración con el CSIC de España, financiadores ambos de toda la operación.

Los pequeños se han traído las palas –ingenuos–. Están muertos de ganas por ponerse a excavar tras los restos arqueológicos españoles de la ciudad de San Salvador, el convento de Todos los Santos, o los puestos estratégicos de El Cubo, La Mira y La Retirada. ¿Para qué vamos a quitarles la ilusión? Pero los niños, niños son y pronto comienzan a gritar y a perseguirse, olvidando así el romántico sueño de encontrar el tesoro que algún galeón español trajera de Filipinas o, por qué no, parte de las mercancías de uno de aquellos barcos holandeses que arribaron a Keelung con ganas de pelea en el caluroso y tifoneado mes de agosto de 1642. Los holandeses llegaron ya cuando los españoles estaban haciendo el macuto, así que ni batalla ni leches. Se quedaron de visita hasta que veinte años más tarde salieron con los pies por delante cuando el pirata chino Koxinga asomó por aquí las barbas.

El caso es que José Eugenio nos hace una muy detallada descripción de aquella época en la que España se asentó en el norte de Taiwán con la intención de contrarrestar la presencia holandesa en el sur de la isla. Historia narrada en algunos libros de la época y que en 2011 y 2012 este grupo de investigadores desenterró para dar testimonio material de lo sucedido.

Pasamos a la primera sala, en la que nuestro guía nos va descubriendo los restos que el equipo de arqueólogos rescató del olvido. En las vitrinas de esta primera sala hay utensilios del neolítico y de la edad del hierro: hachas, martillos, azadas, vasijas, piezas de pulseras y collares, y otras curiosidades más recientes, como un jarrón chino de 42x 33cm que los aborígenes usaron para enterrar a un niño durante la Dinastía Qing, allá por los siglos XVII o XVIII.

En la segunda sala se nos explica cómo se llevaron a cabo las excavaciones en la zona. ¡Cuántos detalles! ¡Ya han pasado casi dos horas! Y es que cuando la historia de las piezas que forman parte de un museo es explicada por quien las ha desenterrado, el tiempo pasa volando. Porque no sólo estamos conociendo qué objetos utilizaban aquellas personas de hace casi cuatrocientos años en su día a día, o dónde vivían y cómo eran estos lugares, sino que nos están contando las dificultades burocráticas que casi cualquier arqueólogo tiene que sufrir para ponerse manos a la obra. También nos enteramos de las técnicas utilizadas para sondear el suelo y no tener que excavar a ciegas, o la superposición de mapas que los arqueólogos emplean para atinar en su búsqueda. Porque desde que los japoneses, en el año 1936, por razones prácticas, aplanaron la zona donde aún se veían restos de los muros que daban forma a los bastiones San Antonio el Grande y San Sebastián, no se tenía ni idea de dónde podría encontrarse la fortaleza. En la sala tenemos una maqueta de unos dos metros cuadrados que nos da una imagen perfecta de cómo era este asentamiento español en tiempos lejanos. Esta pequeña obra de arte es un generoso préstamo del investigador de temas hispánicos Fabio Lee Yuchung.

Un resumen de todo lo visto sirve para poner la guinda al pastel. Todos estamos encantados y con ganas de conocer más sobre la historia de esta isla que aún tiene muchos misterios que poco a poco iremos descubriendo gracias a la dedicación y buen hacer de los investigadores. Pero como hay solución para casi todo, el que quiera conocer más detalles sobre lo acontecido en las excavaciones y no pueda acercarse al museo, puede leer el artículo que escribió el propio J. E. Borao en el número 26 (2012) de la revista Encuentros en Catay.

Y como toda excursión que se precie ha de incluir una buena comida, montamos en el minibús hacia el restaurante Sha Ta-Chie –significa, es para tomar nota, la hermana tontica. Ha hecho la reserva Santiago, siempre puesto en todo lo que tiene que ver con Taiwán.

Una vista al mar embravecido en primera línea y tres mesas redondas nos reciben. José Miguel, por qué no contarlo, saca de su mochila mágica unas botellas de vino español que regarán nuestro estómago. Como siempre ocurre cuando se come con buenos amigos, el tiempo vuela y nos saltamos del programa la entrada al “Visitor Center of Hoping Island”. Al menos, bajamos la comida con un pequeño paseo por los alrededores del Museo Oceanográfico.

Y de aquí, al punto de origen, como toda buena aventura. Café y cada uno a su casa. Ha sido uno de esos días que tan bien se aprovechan. Hemos aprendido más sobre la cultura taiwanesa y la historia de los españoles, nos hemos divertido con los amigos, y los niños lo han pasado pipa. ¿Qué más se puede pedir? Pues que pronto se organice otra excursión y que la excelente exposición que hemos visto hoy tenga un gran éxito en la Fundación Yan Ming, en el puerto de Jilong, al lado de la estación de ferrocarril, que es adonde se trasladará en mayo para exhibirse durante unos seis meses.