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- Escrito por José Miguel Blanco José Miguel Blanco
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“Con la cata de hoy, cumplimos exactamente cuatro años de existencia de nuestro club. Soy consciente de que en la vida del club hay muchas cosas que pueden mejorarse y con nuestra buena voluntad llegaremos a donde nos propongamos.” Con estas solemnes y emotivas palabras de Santiago Rupérez, comenzó la XVI cata del Club del Vino de la Casa de España en Taiwán, celebrada en el restaurante Sabatini de Taipéi el pasado dos de mayo. De los doce “damas y caballeros de la mesa redonda”, habituales del buen comer y mejor beber, faltó esta vez Catalina. Su lugar fue bien ocupado por Iñaki Torrecilla, un guipuzcoano de pro con criterio.
Santiago Rupérez, presidente del club, dedicó esta vez su tradicional discurso de apertura (ver archivo) a ensalzar las cualidades de “la reina de las uvas aragonesas”, la garnacha, cuyos orígenes se sitúan en el nordeste de España y cuya expansión inicial va ligada históricamente a la antigua Corona de Aragón. Véase si no el mapa incluido en el discurso, fruto de las conciezudas pequisas llevadas a cabo por nuestro querido Santiago.
El programa de vinos, compuesto por tres crianzas tintos y dos vinos dulces, estuvo a la altura de la ocasión. Para empezar, un Antiqua Garnacha (Old Vines) 2011, de Bodegas Obergo, DO Somontano, presentado con aplomo por Lidia Lee. A continuación, un Pie Franco 2008, de Propiedad Vitícola Casa Castillo, DO Jumilla, comentado con buen temple por José Campos. Luego, un Neo Punta Esencia 2010, de Bodegas y Viñedos Neo, DO Ribera de Duero, glosado con pasión por Francisco Luis Pérez. Y de postre, todo un Noé Pedro Ximénez, aportado una vez más por nuestro gentleman Giles Witton, experto en Dulces y Generosos, seguido de una amable sorpresa: licor de madroño, traído por Luis Roncero a Taiwán desde el Madrid más castizo.
Los tres tintos, de añadas excelentes y viñedos casi centenarios, gustaron mucho a todos por su finura, elegancia y redonda hechura. La satisfacción fue “in crescendo” a medida que se decantaban los caldos en las copas, en consonancia quizá con los tiempos guardados en barrica: 12, 19 y 24 meses, respectivamente. Destacó de manera especial el último, que soprendió por su contundencia tanto a la vista y al olfato como en boca. Se alabó también la oportunidad de poder catar monovarietales 100%: garnacha el primero, monastrell el segundo y tinta del país el tercero, a fin de reconocer y apreciar mejor las características de cada tipo de uva una vez convertida en vino.
El soberbio Noé, néctar divino habitual ya en los postres de las últimas catas, y la nota costumbrista aportada por el “hechizante” y muy madrileño licor de madroño, novedoso para la mayoría de nosotros, fueron la culminación perfecta para una cata memorable.
En fin, cuatro años parecerán pocos para celebrar un aniversario. Pero han sido dieciséis las catas realizadas, otras tantas las comidas de hermandad celebradas, y nada menos que 55 los vinos degustados. Todos diferentes. Todos excelentes. Casi ninguno accesible en Taiwán. Lo nunca visto por estas tierras. Todo un éxito. Qué suerte poder ser partícipe de este milagro. ¡Larga vida al Club del Vino!