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- Escrito por Pablo Deza Pablo Deza
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Escribía Don Miguel, uno de los pocos autores a los que se suele mencionar con el don en la literatura española, a Clarín allá por el año 1895 que “repensar los grandes lugares comunes me hace el arranque de toda regeneración mental, y despreciarlos, la raíz de todo snobismo” (Epistolario a Clarín (1941:65). Este pudiera ser el lema de las tertulias literarias que durante los últimos seis años –a un ritmo de dos anuales- se han venido celebrando en Taichung. La última, el 31 de octubre (sí, Halloween) se dedicó a Del sentimiento trágico de la vida de don Miguel de Unamuno y Jugo. El libro trata, como bien nos podría haber comentado el propio autor, de “esta constante preocupación mía por mi fin y destino. Es tal vez una forma aguda de egotismo. En vez de buscar en Dios busco a Dios en mí” (Diario íntimo, en Obras completas, vol. VII 2005: 338). Y los tertulianos nos sumergimos en ese egotismo unamuniano y exploramos, con él, las distintas propuestas que a lo largo de la historia del pensamiento occidental se habían dado a uno de esos locus communis que tanto obsesionaron al escritor vasco: ¿existe vida después de la muerte?
No obstante, el autor bilbaíno no aspiraba a la mera existencia post mortem: su anhelo era la promesa paulina de la resurrección de la carne: “Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en vosotros, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en vosotros” (Romanos 8:11) y que recoge la Iglesia Católica en su catecismo (artículo 11, 998-999). El motivo: su concepción del yo es un yo concreto y personal: “(…) y lo que determina a un hombre, lo que lo hace un hombre, uno y no otro, el que es y no el que no es, es un principio de unidad y un principio de continuidad. Un principio de unidad primero, en el espacio, merced al cuerpo, y luego en la acción y en el propósito” (Del sentimiento trágico de la vida, en Obras completas vol. XVI 1958:134). De ahí que “todo lo que en mí conspire a romper la unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme y, por lo tanto, a destruirse” (Del sentimiento trágico de la vida, en Obras completas vol. XVI 1958:137) “porque para mí, el hacerme otro, rompiendo la unidad y la continuidad de mi vida, es dejar de ser el que soy, es decir, es sencillamente dejar de ser […] ¿Qué otro llenaría tan bien o mejor que yo el papel que lleno? ¿Qué otro cumpliría mi función social? Sí, pero no yo.” (Del sentimiento trágico de la vida, en Obras completas vol. XVI 1958:137).
Mas la duda, bajo la forma del pensamiento, lo cuestiona todo, creando una angustia, contra la que se revela el sentimiento, y de ahí esa lucha, que convertiría en lema de su Credo Poético: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento” (Poesías, en Obras completas, vol. IV 1999:13). Y a ella apela Unamuno, a resistir, al modo del Quijote, pero no interpretado al modo erasmista de Américo Castro, como el loco de la razón, sino al modo medieval, como el loco de la cruz que no se resigna a la verdad:
“Don Quijote de la Mancha, según creo haberlo mostrado en mi Vida de Don Quijote y Sancho; una fe a base de incertidumbre, de duda. Y es que Sancho Panza era hombre, hombre entero y verdadero, y no era estúpido, pues sólo siéndolo hubiese creído, sin sombra de duda, en las locuras de su amo. Que a su vez tampoco creía en ellas de ese modo, pues tampoco, aunque loco, era estúpido. Era en el fondo, un desesperado, como en esa mi susomentada obra creo haber mostrado Y por ser un heroico desesperado, el héroe de la desesperación íntima y resignada, por eso es el eterno dechado de todo hombre cuya alma es un campo de batalla entre la razón y el deseo inmortal. Nuestro Señor Don Quijote es el ejemplar vitalista cuya fe se basa en incertidumbre, y Sancho lo es del racionalista que duda de su razón” (Del sentimiento trágico de la vida, en Obras completas vol. XVI 1958:248).
Los contertulios, en líneas generales, coincidieron con la mayoría de las ideas esbozadas a lo largo de los doce capítulos que constaba el libro, pese a que a algunos, el estilo agresivo, con sus cuestionamientos ad hominem hacia aquellos autores con quienes no simpatizaba, molestaran; sin embargo, como podría habernos dicho si hubiera podido compartir con nosotros la tertulia: “Sí, ya lo sé, soy antipático a muchos de mis lectores, y una de las cosas que más antipático me hacen es mi agresividad; mi agresividad tal vez morbosa, no lo niego, pero es, amigo, que esa agresividad va [74] contra mí mismo, que cuando arremeto contra otros es que estoy arremetiendo contra mí mismo, es que vivo en lucha íntima. ¿Que me imagino que me interpretan mal? ¡Claro está! Como que yo mismo no acierto a interpretarme siempre. Las ideas que de todas partes me vienen están riñendo batallas en mi mente y no logro ponerlas en paz. Y no lo logro ni lo intento siquiera. Necesito de esas batallas.» (A mis lectores, en Obras completas vol. III 1950:987).
Y a eso animamos a todos: a que las ideas te vengan de todas partes y riñan batallas en tu mente, pues eso significa reflexión y, en consecuencia, la cimentación de un criterio propio, que puede ser erróneo, claro que sí, pero que siempre será honesto.